Una manera sencilla de definir la
memoria podría ser aquella capacidad del cerebro para almacenar, recuperar y dar sentido a la información disponible. Este último punto de
dar sentido es tan importante como la capacidad misma de almacenar y recuperar.
Tal y como menciona la investigadora
Elisabeth Loftus “muchas personas piensan que la memoria es un dispositivo de
grabación” pero lo cierto más que grabar, crea los recuerdos a partir de la
información que hay, y con mucha frecuencia rellena los huecos con lo que
pensamos que ocurrió.
Existen un buen número de teorías y modelos que pretenden
reflejar cómo funciona la memoria. Para comprender el fenómeno de las falsas
memorias vamos a explicar algunos conceptos básicos de manera simplificada.
En primer lugar tenemos dos
memorias sensoriales que procesan información visual (memoria icónica) e
información auditiva (memoria ecoica). Si usted fija la mirada en un punto y
cierra los ojos, verá que queda en la
oscuridad una imagen de lo que ha visto, desvaneciéndose poco a poco. Esto se
llama icón y tiene también su equivalente auditivo. Un ejemplo típico es cuando
termina una conversación con una persona y aun hay palabras resonando en nuestra memoria de lo último que se dijo. Además de estas dos memorias sensoriales tenemos la memoria a corto
plazo (MCP) que es el almacén responsable de registrar lo que vemos y
oímos para almacenarlo brevemente.
Además, la memoria a corto plazo,
también se encarga de gestionar la información perciba y recuperar parte de la almacenada,
por ello también es llamada Memoria Operativa (MO). La capacidad de esta memoria a corto plazo es
limitada y corresponde a una media de 7 unidades de memoria (también llamadas chunks; Miller, 1956). Y para terminar,
está la memoria a largo plazo (MLP) que es la que más corresponde con la idea de memoria tal cual la entendemos y cuya
capacidad de almacenamiento parece ilimitada.
Los primeros en tratar este tema de
las falsas memorias, fueron entre otras investigadoras, Loftus y Palmer (1974).
Diseñaron un experimento en el cual un grupo de personas veía un accidente de tráfico. Tras el vídeo, las
experimentadoras les pidieron a los participantes que estimaran la velocidad
del vehículo. Y aquí está el truco, cuando los experimentadores preguntaban “¿A
qué velocidad un vehículo contactó (contacted)
con el otro?” los participantes dijeron, de media, 31.8 millas por hora. Cuando
las experimentadoras preguntaban “¿A qué velocidad un vehículo chocó o hizo
pedazos (smashed) al el otro?” la
estimación era de 40.8 millas por hora.
Una de estas autoras, Elisabeth Loftus (1975), decidió ir realizar otro experimento e ir un poco más allá. Tras exponerles a los participantes la película de un accidente de tráfico les preguntó: “¿cómo de rápido iba el deportivo blanco
cuando pasó el granjero mientras circulaba por la carretera local?”. Un 17%
dijo ver un granjero que nunca existió. Habrá de mencionar el detalle que
cuando uno participa en este tipo de experimentos suele estar bastante alerta
para hacerlo lo mejor posible. Por otro lado, estas situaciones artificiales
están lejos de ser fieles a lo que ocurre en la vida cotidiana (p.ej:
presenciar un accidente de vehículo real).
Continuando con la manipulación
experimental de recuerdos tenemos, dentro de los clásicos, el estudio de Brown, Deffenbacher y Sturgill
(1977). En un estudio sobre identificación de culpables, estos experimentadores
le pidieron a los participantes (testigos) que reconocieran a un culpable en una rueda de
reconocimiento. Generalmente, para que el reconocimiento sea válido la persona de ha estar "completamente segura". Lo que ocurrió fue que si el participante (testigo) había visto previamente una foto de una persona
(cebo) que estaba en la rueda de reconocimiento, el 20% lo identificaron como
culpable. Desde luego, la foto del cebo que habían visto los participantes (testigos) no
tenía relación con el delito observado. Dentro de las posibles causas de esta
falsa identificación está que los testigos al reconocer la cara del cebo,
tienen una sensación de haberlo visto con anterioridad. La lógica nos dice que como
está en la rueda, intuitivamente debería ser el culpable, de lo contrario ni
estaría en la rueda ni nos resultaría familiar su cara. De esta manera, más que
reconocer al culpable, se deduce quién es el culpable. Una vez más, vemos que la memoria, no sólo almacena y recupera
información si no que también supone y rellena ciertas partes para darle un
sentido de coherencia. A fin de cuentas sin los recuerdos de que almacenamos en la memoria seríamos personas muy diferentes.
En un estudio más reciente llevado
a cabo por autores españoles (Manzanero, López, De Vicente y Ronco, 2008) se
probó cómo influye poner un cebo (inocente) en las ruedas de reconocimiento. Cuando los
testigos veían a la misma persona (cebo) en dos ruedas diferentes se producía
un efecto curioso. Cuando el cebo estaba en dos ruedas, en la segunda rueda, el 19.2 % de las personas identificaba
al cebo como el culpable aunque el autor real de los hechos estuviera delante. Por su parte, cuando el cebo era visto en la primera rueda de reconocimiento,
tan sólo el 3.7 % de las personas lo identificó como culpable.
Tal y como se ha visto en algunos
de estos ejemplos, la manipulación de la información puede alterar la memoria,
de tal manera que Manzanero (2015) menciona las siguientes circunstancias que
pueden generar falsas memorias:
*Información Postsuceso
(conversaciones, visionado de vídeos, etc.)
*Simple imaginación.
*Recuperaciones múltiples (p.ej:
recordarlo un buen número de veces)
*Distintos tipos de terapias (p.ej:
imaginación guiada o hipnosis)
*Formato de las preguntas (manera
de preguntar).
Respecto a este último punto es
preciso tener muy en cuenta que las preguntas que se hagan sobre un suceso pueden
alterar las respuestas y hacernos ver granjeros que no existen. En el siguiente
vídeo, podemos ver a Elisabeth Loftus relatando algunos de sus hallazgos.
Referencias: Manzanero, A., L. y Álvarez, M.,A. (2015). La memoria
humana. Aportaciones desde la neurociencia cognitiva. Ed. Pirámide.