Difícilmente puede se hablar se de víctimas sin
referirnos a Mendelsohn (1976), a quien se debe el concepto de Victimología,
así como a la definición dada por la ONU en 1986, entendiendo que víctima es
aquel individuo o grupo de personas que ha sufrido un perjuicio (lesión física o mental, sufrimiento
emocional, pérdida o daño material, o un menoscabo importante de sus derechos)
y que han surgido como consecuencia de acción u omisión que constituya un
delito, bien en la legislación nacional o del derecho internacional. De esta
manera, recibirán el estatus de víctimas, individuos o agrupaciones así como
sus familiares y personas que ejercieron de auxiliadoras en el momento del
delito1.
Al margen de clasificaciones y tipologías de las víctimas, se habla del proceso de
victimización refiriéndose a los factores que como consecuencia directa o
indirecta del delito, siguen operando sobre el menoscabo del bienestar de las
personas distinguiendo los siguientes procesos: 2
1.-Victimización
primaria: Surge como
causa del acto delictivo. La víctima frecuentemente experimenta una serie de
reacciones derivadas del impacto psicológico producto de haber sido expuesta a
un suceso percibido como muy estresante. Las reacciones de miedo, horror o indefensión 3
durante los hechos, tanto de la víctima como posteriormente de sus figuras
cercanas ante el evento constituyen las primeras reacciones emocionales ante el
suceso, que pueden devenir en un proceso transitorio, crónico o de inicio
demorado (presentación de la sintomatología con posterioridad).
2.- Victimización
secundaria: Tras la
ocurrencia del delito se ponen en marcha una serie de mecanismos de acción, marcados
fundamentalmente por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, Instituciones
Sanitarias así como por los Organismos Jurídicos. De manera que la víctima, no
sólo ha de convivir con la ocurrencia del delito si no que además ha de
soportar que el hecho de que se haga público a personas ajenas a su círculo
social próximo. En este marco, un trato frío, rutinario o burocrático por los
profesionales así como el inadecuado
manejo de las necesidades de las víctimas puede motivar reacciones adicionales de
malestar. Una cuestión muy frecuente a lo largo del proceso de victimización es
la falta de tacto o incredulidad de algunos profesionales4 , lo que
contribuye a generar reacciones adversas de las víctimas. Esta revictimización
puede paliarse o atenuarse a través de
una adecuada formación en materia psicológica de aquellos agentes que entran en
contacto directo con la víctima así como con un adecuado asesoramiento
psicológico.
3.- Victimización
terciaria: Este
tercer proceso surge y está determinado por la interacción de los dos
anteriores. Se refiere a los sentimientos de desamparo y falta de control producto
de verse y sentirse como una víctimas, llegando estos sentimientos a formar parte de su personalidad (Dünkel,
1989). Esto, según Vilariño (2010) puede llevar a una importante falta de apoyo
social entendiendo que el resto de personas de su círculo no son víctimas. Las
asociaciones o un adecuado tratamiento clínico pueden disminuir las reacciones
de malestar de las víctimas.
Además de estos procesos es importante ahondar en otros
factores que entran en juego cuando una persona es objeto de un delito. En primer
lugar, una persona que no haya sufrido un acto delictivo (y que tampoco haya
sido testigo) pensará que la
probabilidad de que le ocurra es relativamente baja. Tras la ocurrencia del
delito (como víctima o testigo) es
habitual que se produzca un cambio en la mentalidad de las personas, de manera
que es fácil que se sobreestime la ocurrencia de éste tipo de delitos, que se adquieran las creencias del mundo como un lugar inseguro (Hanson y otros,
1987) y que con ello, aparezcan las resultantes reacciones de ansiedad, desesperanza y temor. Este
fenómeno del cambio de creencias tras viene explicado por tres factores:
Pérdida del sentido de
la invulnerabilidad. En
mayor o menor medida, en relación a los delitos y otros acontecimientos
negativos, las personas tenemos tendencia a pensar que a nosotros no nos
pasará. Tras la ocurrencia del delito, esta creencia se desintegra, siendo
sustituida por la idea de que “es fácil que la misma situación vuelva a pasar”.
Bien porque la vivido en primera persona, bien porque ha sido testigo.
Pérdida de la valía
personal. De manera
natural, las personas buscamos una explicación a lo que ocurre a nuestro
alrededor y un sentido de porqué ha ocurrido. Dentro de esta óptica, las
víctimas suelen tener tendencia a pensar que pudieron hacer algo que motivó la
comisión del delito o que no pusieron en marcha estrategias encaminadas a
evitarlo o prevenirlo, lo que cual suele conllevar a una peor valoración de sí
mismas en comparación con el estado anterior al delito.
El mundo es un lugar
justo. El hecho de
pensar que el mundo es un lugar un justo tiene su relevancia cuando una persona
se convierte en víctima. Bajo el amparo de esta creencia puede pensarse que
cuando a uno le ocurre algo malo (un delito en este caso) es porque algo injusto
o negativo a hecho y por tanto, tiene un castigo merecido. Este tipo creencias aumentan
la probabilidad de aparición de
sentimientos de culpabilidad.
Por tanto, puede apreciarse que el hecho de ser objeto de
un delito supone un cambio, con frecuencia importante y a veces permanente, tanto
de la percepción del mundo como de las cosas que en él ocurren.
Referencias:
1
Vilariño, M. (2010). ¿Es posible discriminar declaraciones reales de imaginadas
y huella psíquica real de simulada en casos de violencia de género? Universidad
de Santiago de Compostela.
2 Arce,
R. y Fariña, F. (1995). El estudio psicosocial de la víctima. En M. Clemente
(Ed.),Fundamentos de la psicología jurídica (pp. 431-447). Madrid:
Pirámide.
3 American
Psychiatric Association (2002). DSM-IV-TR.
Manual
diagnóstico y
estadístico de los
trastornos mentales (4ª. ed. rev.). Barcelona: Masson.
4 Urra,
J., y Vázquez, B. (1993). Manual de psicología forense. Madrid: Siglo
XXI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario